Todorov receta la revolución de las ideas frente al choque de civilizaciones
Oviedo, Chus NEIRA
El historiador de la cultura Tzvetan Todorov, premio «Príncipe de Asturias» de las Ciencias Sociales de 2008, realizó ayer en el paraninfo de la Universidad de Oviedo los entrenamientos de lo que mañana será, en el teatro Campoamor, su discurso oficial de recepción del galardón. Su conferencia, titulada «Más allá del choque de civilizaciones», como el lema que subtitula su último libro editado en España, «El miedo a los bárbaros», sirvió además para que Todorov desplegara su minucioso método analítico puesto, ayer, al servicio del despiece y derribo de las teorías de Samuel Huntington.
A Todorov le introdujo el profesor de Teoría de la Literatura de la Universidad de Oviedo Rafael Núñez, quien recorrió los muchos caminos que en el análisis de la lengua y de sus productos de ficción ha transitado este búlgaro de corazón y nacionalidad francesa para acabar dando ejemplo y verdadero sentido a la ciencia de la semiótica, a la transversalidad de la disciplina. Eso dijo Núñez en una pormenorizada aproximación a la obra de Todorov, que el pensador agradeció con un celebrado «me he enrojecido, no sé si se ha visto atrás; la verdad es que siempre me sorprende que haya hecho tantas cosas, porque cuando estoy con el trabajo estoy tan centrado que olvido todo lo demás». Era un aviso para el auditorio. No iba a hablar de literatura y sí del fondo de su último trabajo, el choque de civilizaciones.
Ya puesto a la faena metódica, Todorov arrancó por las fuentes, el libro con el que Huntington logró éxito mundial en 1993, «El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial». Su primera pregunta fue acerca del porqué del éxito de este volumen. «Porque ofrece una explicación simple y accesible a todo el mundo sobre la situación internacional: estamos en peligro y hay que defenderse». «Pero», siguió Todorov, «es simple y atractivo, pero lo atractivo no es necesariamente justo». El historiador búlgaro resumió entonces el razonamiento de Huntington en su punto de partida, ese que habla de la sustitución tras la guerra fría de los dos bloques por grupos culturales que son las civilizaciones china, japonesa, hindú o musulmana, no siguiendo, para Todorov ningún criterio: «Lo mismo le vale la lengua, la religión o lo geográfico; ¿cuál es el denominador común musulmán de Senegal a Indonesia? Es el resultado de una mirada superficial sobre la historia de un mundo que ha evolucionado del año cero al mil y del mil al dos mil». Una primera réplica todoroviana: «No sólo las culturas viven en transformación, el mismo individuo lleva dentro culturas múltiples, lo habitual es que las culturas se influyan y produzcan formas híbridas. El cristianismo es una importación de Oriente Medio, por poner lo más típico, pero a los ojos de Huntington nada de eso afecta a la esencia de las civilizaciones. Para él son como un ser vivo que crece, se refuerza y se hace viejo. La verdad, esta idea me recuerda a la del enfrentamiento a muerte de dos jóvenes machos de cualquier especie animal, cuando las culturas, más que este modelo, deberían seguir el del encuentro entre un hombre y una mujer, de cuyo encuentro surge otro ser con características de ambos».
Luego llegó la religión, la idea de Huntington de que los conflictos mundiales contemporáneos son de naturaleza cultural y, de ahí, religiosa, por ser ésta la clave profunda de los pueblos. Una idea, recordó Todorov, que retomaron pensadores y gobiernos occidentales. Pero para este francobúlgaro «Una guerra religiosa sería una gran novedad en la historia de la humanidad. Las guerras son por razones sociales, económicas, demográficas». Citó a Hitler, la guerra entre Japón y China, la Primera Guerra Mundial y, sí, «incluso las Cruzadas, hoy lo sabemos, están lejos de haber tenido como impulso exclusivo la liberación de Jerusalén y sí la reconquista de territorios perdidos en las guerras y las riquezas fabulosas de Oriente». «Las guerras de religión», resumió, «se dan más bien en el interior de los países, no en el exterior».
De ahí a la noción de guerra global; Todorov llegó a la conclusión de que los conceptos de Huntington cuadran muy bien con los jefes terroristas de la yihad, como así lo dijo Bin Laden, citó, en declaraciones para Al Yazira: «El choque de civilizaciones está probado en el Corán». Así que, razonó Todorov, «el hecho de que sirvan a la propaganda de la yihad ya convierte en sospechosas a estas teorías; presentar de forma homogénea un mundo libre frente al oscurantismo islámico».
Todorov recitó entonces una serie de declaraciones donde diversos terroristas yihadistas declaraban sus motivos. Todos por venganza por la humillación sufrida por su pueblo o por sus familias. No por cuestiones religiosas. «Por tanto», subrayó Todorov, «no son las identidades las que provocan los conflictos, son los conflictos los que vuelven peligrosas las identidades».
En su pormenorizado análisis final le dio tiempo a rebatir también la «idea reduccionista que ya estaba en Hobbes» de «la guerra permanente», para recordar que «negociar, dialogar no es menos humano que odiar» y para analizar el concepto de «la guerra al terrorismo». Para Todorov esta expresión del último Gobierno de EE UU «tiene el doble inconveniente de ser interminable en el tiempo y en el espacio, y de definir al enemigo sólo por su medio de acción, siendo también llamados terroristas la Resistencia francesa, los independentistas argelinos o los enemigos del apartheid». En su conclusión final, una advertencia y una recomendación. Primero, la idea de Karl Jaspers de que una democracia que quiere imponer sus principios a otros países corre el riesgo de convertirse en dictadura, como sucedió con la Revolución Francesa y Napoleón. La sugerencia: «Que existe otra forma de difundir la igualdad y la libertad, proclamándolas con fuerza y practicándolas; una revolución popular con la idea de justicia y una vida feliz asegura la victoria del débil sobre el fuerte. Lástima que los profesionales de la guerra desestimen el poder de las ideas».