Atwood: «Quizá ya sea tarde para juzgar las muertes de la guerra civil»
Oviedo, Pablo GALLEGO
«Quizás es un poco tarde para juzgar las muertes de la guerra civil española, sobre todo para las personas que murieron en ella». El conocido compromiso social y político de Margaret Atwood -que mañana recogerá de manos del Príncipe de Asturias el galardón dedicado a las Letras- quedó patente desde su primera aparición ante los medios de comunicación. Atwood conoce bien los desastres causados por la contienda tras su estancia en Madrid en 1999, mientras escribía la novela «El asesino ciego», inspirada en el conflicto y galardonada con el premio «Booker» en el año 2000.
La escritora afirmó no saber si sería apropiado «abrir ahora esa caja y mirar dentro» y dudó de lo adecuado del proceso abierto por el juez Baltasar Garzón para imputar al franquismo por «genocidio», ya que ambos bandos de la contienda -en la que, como recordó, también combatieron ciudadanos canadienses- «eran españoles, sin más diferencia entre ellos que su creencia política».
Distendida ante los medios a pesar del despliegue de cámaras y de fotógrafos y con un echarpe en tonos rojizos como única nota de color sobre un atuendo absolutamente negro, Atwood recordó también cómo en 1985 algunas personas la llamaron «extremista» por el contenido de su novela «El cuento de la criada», en la que dibuja una sociedad totalitarista y regida por la religión y el machismo. «El modo en que han cambiado las cosas me ha hecho ser profética», subrayó Atwood, «porque el Gobierno de los Estados Unidos cada vez se ha ido acercando más a ese punto en los últimos ocho años». «La democracia siempre es provisional», continuó, «porque depende de la gente que la defiende en contra del totalitarismo militarmente establecido, ¿no lo cree así?».
Seguidora confesa de las obras de Pérez-Reverte, «aunque siendo canadiense tengo que esperar hasta que alguna editorial estadounidense o inglesa las traduce», negó que el objetivo último de sus obras fuese la denuncia social, a pesar de mostrarse en sus obras crítica con la sociedad contemporánea. «Si fuese ésa mi intención no sería escritora, sino líder de algún movimiento», afirmó. Es más, aseguró que sería un «malentendido» pensar que escribe con ese fin sus libros, en los que, no obstante, sí muestra los retos a los que se enfrentan las personas en un mundo absolutamente imperfecto.
«Si las dificultades del mundo no existiesen, quizá la novela no tendría nada que contar», aventuró, «y si se eliminasen, los escritores no tendrían nada de lo que escribir, porque nadie quiere leer acerca de lo estupendo y perfecto que es todo un día y otro, porque después de tres días estupendos dejas de leer», apostilló.
Atwood cultiva también su faceta como poetisa -empezó a escribir poesía con sólo 16 años-, aunque no al mismo tiempo que su producción novelística: «Un año escribo poesía y los dos siguientes, novela». Para la canadiense, ambas formas de expresión «utilizan diferentes partes del cerebro, y la poesía está más cercana a la música».
Esta musicalidad es una constante en las referencias publicadas por la crítica tras la aparición de cada una de sus novelas, en las que muestra un claro compromiso con el mundo femenino. Pero como ella misma se encargó de aclarar: «Sin pensar que todas las mujeres son ángeles y todos los hombres demonios, porque ni sería verdad ni tampoco sería interesante desde el punto de vista literario. Ambos son seres humanos y, como tal, imperfectos».
Para Atwood, recibir este premio significa «un gran honor», y afirmó sentirse «impresionada» por su repercusión mediática durante su última estancia en Argentina. La intención de otro de los galardonados, el buscador Google -Comunicación y Humanidades-, que pretende digitalizar la producción literaria, tendrá para la escritora «beneficios a la larga, como salvar árboles o abaratar los transportes y el almacenaje, lo que conseguiría que, en un hipotético mundo perfecto, los libros tuviesen un precio más bajo».
La lucha contra el cambio climático es otra de sus grandes preocupaciones, lucha en la que las mujeres podrían contribuir «si se dedicasen a pensar qué es lo que realmente están comprando y para qué lo utilizan». No obstante, se mostró convencida de que «hasta que los políticos no se den cuenta del gran problema que supone el calentamiento de la Tierra no va a conseguirse nada», salvo, «quizá, si desaparece el petróleo», un cambio para el que, en opinión de Atwood, «no estamos listos».