Serra, del gran formato al cliché
Richard Serra, premio «Príncipe de Asturias» de las Artes 2010 está bien acompañado en el Museo de Bellas Artes, donde ayer fue inaugurada una exposición fotográfica que resume más de cuarenta años de trabajo escultórico del artista norteamericano que llegará hoy a Asturias para recoger pasado mañana su galardón.
El Bellas Artes aprovecha el efecto Serra para presentar algunas de las obras escultóricas de su fondo a través de la mirada de seis artistas, de los que cuatro son asturianos. Joaquín Rubio Camín, César Montaña, Amador, Fernando Alba, Miquel Navarro y Jorge Oteiza, quien fue premio «Príncipe» de las Artes en 1988.
Una inauguración que sirvió para que la directora de la Fundación Príncipe de Asturias, Teresa Sanjurjo, debutara en un acto oficial en la semana de los premios. La consejera de Cultura, Mercedes Álvarez, aprovechó la ocasión para dar la bienvenida a la nueva responsable de la entidad, «que estoy segura de que va a mantener el alto nivel de imagen, prestigio y eficiencia» de la Fundación.
El Museo de Bellas Artes se abre para dejar paso a las esculturas de Serra, esta vez en formato papel. Es la fotografía el soporte -casi se diría que un atajo- por el que se cuelan los grandes monstruos de acero con los que trabaja Serra (San Francisco, 1939). Cualquier otra posibilidad chocaría con el espacio (con la falta de él, para ser exactos). «Es ésta la aproximación a la obra de Serra más fácilmente abordable», reconoció la consejera Mercedes Álvarez.
Y ahí está esa treintena de fotografías, en riguroso blanco y negro, para recordar una obra coherente y abordable sólo desde la perspectiva de una mente abierta (inevitablemente habrá quien vea en las grandes piezas de acero laminado en caliente sólo material siderúrgico). La primera foto nos traslada a 1966, cuando un veinteañero Serra, hijo de mallorquín y de rusa, trabajaba con materiales tan exóticos en aquel momento como el caucho vulcanizado y los tubos de neón.
Duraron poco tales herramientas. A finales de los sesenta el plomo era su materia prima y comenzaban a aparecer los primeros trabajos en acero, un material que le acompaña desde entonces, aunque hayan cambiado las formas y las perspectivas. En medio, un hueco muy temporal para el hormigón, a principios de los ochenta.
La exposición termina con lo último del escultor estadounidense en la actual década. Por supuesto no puede faltar entre las fotografías seleccionadas la obra de laberintos de acero de Richard Serra en el Guggenheim, en Bilbao. Muchas de las fotografías ilustran la idea recurrente del autor: es importante la materia, pero tan importante es el espacio entre ella, el vacío que ya no es vacío. Volumen, masa, peso, equilibrio... Por ahí van los tiros. «Uno de los grandes transformadores del arte contemporáneo», lo definió Mercedes Álvarez, «capaz de llevar al límite las soluciones técnicas con su visión particular de la escultura y el espacio».
La exposición, que ocupa la sala donde tradicionalmente el Bellas Artes presenta el Apostolado, de El Greco, se completa con un vídeo enviado por el propio Serra «en el que se demuestra la gran capacidad que tiene este artista para transmitir su idea», según explicó el director del museo, Emilio Marcos Vallaure.
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