Alain Touraine: «El mundo occidental está vacío, necesita una nueva civilización»
Oviedo, Chus NEIRA
El sociólogo francés Alain Touraine, premio «Príncipe de Asturias» de Comunicación y Humanidades de este 2010 junto a Zygmunt Bauman, se entretuvo ayer, en su primera comparecencia pública en Oviedo, en desentrañar las circunstancias sociopolíticas de Francia y de Europa, en diagnosticar los problemas de la sociedad de mercado y en reclamar más respeto a los derechos universales.
«Ustedes no se dan cuenta de lo que están haciendo». La advertencia a los periodistas de Alain Touraine, premio «Príncipe de Asturias» de Comunicación y Humanidades junto al polaco Zygmunt Bauman, escondía el agradecimiento por el regalo que para el sociólogo francés (Hermanville-sur-Mer, 1925) supone enfrentarse a una rueda de prensa y a una ronda concentrada de entrevistas. «Ustedes me ofrecen la posibilidad de cambiar mis ideas, que no nacen, viven y van al museo. Las ideas cambian. Lo que pienso hoy no es exactamente lo que pensaba ayer y estoy seguro de que mañana, después de haber hablado con ustedes, algunas cosas habrán cambiado».
El «saluda» de su rueda de prensa dio paso a la única pregunta posible: Francia, las protestas por la reforma de las pensiones, la comparación con el mayo francés. Y una respuesta de veinte minutos que agotó el tiempo. Touraine, que al inicio de las movilizaciones se había mostrado optimista con la posibilidad de un renacer del debate social en su país, fue ayer más pesimista. «Francia», comenzó, «está demostrando otra vez su incapacidad para cualquier tipo de negociación social, de debate parlamentario». Para él, la cuestión podría ser «un campo inmenso de debate político» -citó, por ejemplo, el conflicto entre jóvenes y viejos, el paro, la precariedad o cómo afecta especialmente a las mujeres- pero, lamentó, «la oportunidad formidable de recrear una fuerza sindical, de reinventar un debate político, de ver, al fin, un proceso de negociación colectiva, que acabó siendo un pensamiento vacío». «La mayoría», explicó Touraine, «no piensa en un debate, sólo dice no, que se retire. Están con el Gobierno, que tampoco quiere debate, unos dicen sí y otros no, y Francia se encuentra de nuevo en su situación favorita, los franceses contra su Gobierno y a ver quién aguanta más». El único significado posible de todo esto, resumió, «es el comienzo de la campaña electoral. Unos van a tumbar a Sarkozy y otros a apoyarlo».
Con todo lujo de detalles históricos y de variaciones en torno a la idea principal, Touraine convirtió esta respuesta en pequeña conferencia y abandonó la sala. La prensa le retuvo en las escaleras. Un par de cuestiones más. Su opinión sobre las palabras de la canciller alemana, Angela Merkel: «La sociedad multicultural ha fracasado». Touraine fue tajante: «La idea de una sociedad multicultural es tan absurda como la de una sociedad monocultural. La cuestión es cómo ser ciudadanos con los mismos derechos y culturas diferentes. Si usted niega a una parte de la población los derechos que tienen todos, no funciona». Y de ahí saltó al asunto del velo en las escuelas: «Fui miembro de la comisión que lo estudió. El problema no era el respeto a las costumbres musulmanas, era aceptar que no hubiera ningún lugar en que las reglas fueran las mismas para todos. Y todos votamos para mantener un lugar para la ciudadanía. Es la idea base común para los menores, en la calle o en la Universidad no es lo mismo».
¿Y la expulsión de gitanos de Francia? Más tajante y sencillo: «Es un escándalo, totalmente inaceptable, entra en contradicción con los principios democráticos tal y como se describen en el preámbulo de la Constitución francesa. Hay que negar afirmaciones del tipo "los gitanos cometen más delitos". Tal vez haya más delincuentes gitanos si uno piensa en delitos de clase baja, pero hay menos que buenos católicos que sean banqueros corruptos».
Sentado ya en el hall del hotel Reconquista, Alain Touraine cumple paciente y sin fatiga con las rondas de entrevistas mientras garabatea azarosas figuras geométricas en un folio. Se le pide que contemple de forma más global, y no sólo como cuestión francesa, los problemas de la sociedad actual.
-No hay crisis mundial. El mundo anda bien, está en pleno crecimiento. En un siglo cientos de millones de seres humanos salen de la indigencia para entrar en algún tipo de economía de mercado. La crisis es la del mundo occidental, es ese modelo el que está enfermo, muriéndose, si no ya muerto. Fue el modelo dominante durante algunos siglos. Los europeos conquistaron el mundo, construyeron grandes empresas, tecnología, bancos, pero con un precio altísimo en términos de explotación extrema. Este modelo finalmente se fue abajo porque todos los grupos dominados empezaron a liberarse, a conquistar derechos, independencia o igualdad. Y en el momento actual este sistema se agotó. El fenómeno actual es la eliminación de todo lo que es el principio de concentración de poder o de recursos. Es un mundo que no es más un mundo o una cultura, porque es un mercado. La característica es eliminar cualquier tipo de juicio valorativo. Por ejemplo: es tan complicado o triste hablar de amor que resulta mejor la pornografía, con un resultado sexual sin complicaciones psicológicas. Se nos presiona igualmente para comprar cosas que no necesitamos porque es lo que propone el mercado, no en el estricto sentido financiero. En todos los aspectos el individualismo consumidor elimina todos los aspectos de la vida social.
-¿Qué hacer?
-Hay quien dice volver atrás. No se puede, de qué sirve. ¿A una monarquía absoluta? No tiene sentido. Estamos sin respuesta, en una situación de vacío.
-Incluso el ecologismo, que usted defiende, se convierte en objeto de mercado.
-Es usted demasiado pesimista, el ecologismo político es la única fuerza que ha tenido efectos movilizadores importantes. La gran mayoría de la gente está convencida de la necesidad de salvar nuestra vida y la de otras especies. No quisiera dar la impresión de que yo digo que no se puede hacer nada, que es el fin del mundo occidental. No. Es sólo una posibilidad. Para luchar contra esta situación necesitamos reconstruir un modelo cultural social, humano, de vida. La expresión tiene mala reputación, pero necesitamos una nueva civilización. No una guerra de religión o Este/Oeste. No hablo de eso. El problema es el sujeto, considerar al hombre desde dentro, donde existen derechos universales, no sociales ni económicos. Y defenderlos. Hay una fórmula de Hannah Arendt que lo resume: «el ser humano tiene el derecho a tener derechos».
-¿Qué papel juegan las nuevas tecnologías, la revolución digital?
-Son el aspecto positivo del fenómeno que tiene su lado negativo en la globalización económica. Hay un espacio para comunicaciones que es un espacio de liberación frente al de consumo. En un mundo jerárquico esencialista, son liberadoras. No dicen lo que es bueno o malo.
-¿La España de Zapatero...?
-El problema de España no tiene mucho que ver con Zapatero. España tenía una industria débil, con la desindustrialización se lanzó, sin decidirlo, a la monoindustria del turismo. Quedaba la construcción, pero cuando cayó la crisis de 2007, se cayó España. Pero lo que le salva es que sus gobiernos no se han portado mal como los de Grecia. España, además, tiene tanto peso que si se cae, cae Europa. Ésa es la mejor garantía para España. Que no haya sido capaz de salir de su monoindustria, va mucho más allá de Zapatero.
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