El espectro del éxitus
Reflexión sobre la obra de un autor que incorpora la amargura al repertorio cotidiano
Cómo se explica que Philip Roth haya creado dos obras maestras en la segunda mitad del septuagenariado, cuando sus colegas ya sólo escriben en el papel con membrete de los sucesivos hoteles de lujo donde se les entierra en vida. «Sale el espectro» («Exit ghost») apuesta por una ficción innovadora, asumiendo el riesgo que rechaza la novelística juvenil. Y «Némesis» me mantiene boquiabierto. La morbosa fascinación del autor por Estados Unidos se traduce en una metáfora moral de la guerra fría, a través de la propagación de la polio. Puede haber delectación en el tratamiento de la enfermedad, y Roth extermina a sus protagonistas desde una alarmante tranquilidad existencial, pero la novela contiene el trabajo de orfebrería más delicado desde la «Chesil Beach» de Ian McEwan. El nuevo «Príncipe de Asturias» pertenece a la estirpe de los varones que siempre piensan que la camarera que les sirve el café en un speakeasy neoyorquino se ha enamorado de ellos, aunque medie más de medio siglo de edad entre ambos. Sexualmente explícito, Roth elevó la masturbación a la categoría de las bellas artes y en su salón tiene expuesta una antigua foto en la que sobresale su órgano viril. Su obra se resiente por la obligatoriedad de publicar un libro al año, para mantener la tensión del Nobel. El autor prolífico no escribe más novelas distintas, sino que repite la misma novela más veces. En el caso de Roth, suele desenamorarse de sus proyectos menos logrados tras unas deslumbrantes páginas iniciales. El «Príncipe de Asturias» suele coincidir con las debilidades literarias de Letizia Ortiz. Aquí vuelve a confirmarse como experta lectora, de un novelista que le iguala en carácter. Tras su accidentado divorcio de la actriz británica Claire Bloom, el escritor reclamó una cantidad por las sesiones en que había ayudado a su esposa a estudiar los papeles dramáticos. Roth no ha tenido demasiada suerte con las versiones cinematográficas de sus novelas, porque la limpiadora de color de «La mancha humana» se transmutaba para la pantalla en Nicole Kidman. Su galardón premia la incorporación de la amargura al repertorio cotidiano y, dado que la literatura se ha convertido en placer exclusivamente femenino, las lectoras se hallan dolidas porque preferían al maratoniano Murakami. El japonés corre por delante de Roth, pero hay que conceder una oportunidad al espectro del éxitus.
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