Federico García Cohen
Todo el homenaje al autor de «Chelsea Hotel» en el Jovellanos de Gijón estuvo empapado de Lorca
I. «Al leer por primera vez a Lorca me encontré con un paisaje increíblemente familiar. No formaba parte de ningún tipo de literatura tradicional que yo conociera. No sabía mucho, pero notaba que ese paisaje estaba muy cercano al silencio, brotaba de una lucha contra el silencio, y yo en aquella época también estaba luchando contra el silencio. Fue el primer poeta que me invitó a vivir en su mundo. Cuando yo leía versos que hablan del arco de Elvira y de los muslos satisfacía un apetito que tenía y que ninguna otra poesía parecía resolver. Yo tenía una gran necesidad de significado en la adolescencia y se veía resuelta por estos poemas de Lorca. Ése era el mundo que buscaba y en el que quería vivir» (Cohen, el pasado miércoles en Oviedo).
II. Si cada persona se construye como una matrioska rusa, entonces dentro del enjuto anciano amabilísimo que es hoy Cohen está el compositor que ha dado los 250 mejores conciertos de su carrera tras cumplir los 70 años, y dentro de éste está el monje budista que guardó silencio en Mount Baldy, y dentro de éste está el arriesgado productor que mezcló sintetizadores con violines gitanos en los ochenta y noventa, y dentro de éste está el autor de «Chelsea Hotel», y dentro de éste está el poeta que escribió «Flores para Hitler», y dentro de éste está el adolescente que se encontró con Lorca en una librería de Montreal.
III. «Lorca vive en Nueva York, nunca volvió a España, fue a Cuba una temporada, pero ha vuelto a la ciudad. Se ha cansado de los gitanos, se ha cansado del mar, odia tocar su guitarra vieja que sólo tiene una nota. Ha oído que le mataron a tiros, pero nunca fue así. Él vive en Nueva York, aunque tampoco le gusta» (Cohen, «El libro del anhelo»).
IV. Todo el homenaje a Cohen en Gijón estuvo empapado de Federico García Lorca. Estuvo Lorca en la guitarra de Javier Mas. En «So long, Marianne». No solamente se colaba el poeta por los benditos calambres de Duquende o en la lucidez del texto que leyó Laura García-Lorca. También estaba en las casidas y gacelas de las voces de las «Webb Sisters». Estuvo incluso en Nacho Vegas, que utilizó para su interés el asesinato del poeta con un improperio miserable y demagógico, a la altura del rigor y del estilo de los tertulianos de Intereconomía. No le hubiera molestado a Lorca el tono risueño casi infantil de Andrés Amorós. Podría haber escrito Lorca, de haber vivido los años sesenta neoyorquinos, cada uno de los versos del «Famous blue raincoat» que cantó Glen Hansard.
V. «Por el arco de Elvira voy a verte pasar, para sentir tus muslos y ponerme a llorar» (Lorca, «Gacela del mercado matutino»).
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