El hombre que hace de los videojuegos un arte
Un genio que suma iconos del entretenimiento a la memoria colectiva y enlaza diversión y belleza en títulos que son obras maestras
Quienes fruncen el ceño cuando oyen hablar de videojuegos desde la ignorancia estarán tristes o decepcionados: nada menos que un premio «Príncipe de Asturias» para un señor que los crea. Y que no sólo los crea, sino que marca tendencia, abre caminos, rompe moldes y tiende puentes de plata, muchísima plata, entre el ocio y el arte. Un hombre capaz de convertir a un fontanero canijo, con bigotón, aventurero y romántico empedernido en un héroe para toda la familia tras «escaparse» como secundario de otro juego memorable que hizo historia, «Donkey Kong».
Un genio que un día se unió entusiasta al proyecto de arrancar de cuajo el mando a la máquina, qué se cree, y dárselo al jugador para que éste tuviera el poder de manejar a los personajes con todo su cuerpo y no sólo con los pulgares. Si le quieres dar a la pelota, amigo, tendrás que acertar con la raqueta y no con un mísero botón.
Como ocurriera con Steve Jobs (al que la Fundación ya no podrá premiar, y es una lástima viendo en el palmarés a algunos ganadores con muchos menos méritos que el visionario de la manzana mordida por el futuro), Shigeru Miyamoto fue (y es y esperemos que será durante mucho tiempo) capaz de convertir sus ideas en locomotora a la que se enganchan vagones cargados de imitadores.
Está muy bien eso de elogiar su capacidad para el ocio didáctico o formativo, que no sé muy bien qué diablos es, aunque suena estupendo y políticamente correctísimo para quienes no son capaces de apreciar juegos de acción (que no de violencia gratuita o excesiva) que son auténticas e inmarchitables obras de arte en su concepto y ejecución, aunque los gráficos pierdan lozanía. La arruga es bella.
Quienes no entiendan este premio y no consideren que los videojuegos también son cultura cuando detrás hay talento, imaginación y visión de futuro, está claro que no han jugado a títulos de Shigeru Miyamoto como «The legend of Zelda» (su bellísima «Ocarina of time» es la «Gioconda» de los videojuegos, y encima te enseñaba a tocar el instrumento) ni han admirado el titánico esfuerzo de su autor por crear un mundo propio en el que el jugador se siente un aventurero activo cuyas decisiones tienen una determinante influencia.
Ahora todo el mundo lo hace, pero cuando Nintendo apostó por la consola Wii hubo muchos escépticos que auguraron un desastre. ¿La familia moviendo el cuerpo como posesos en el salón de casa con un aparato en cada mano? ¡Qué ridículo! Pues, sí, y el mundo del videjuego dio un paso de gigante y la compañía japonesa saltó a la estratosfera gracias a esa revolución social que hoy nos parece tan natural. Y Shigeru Miyamoto se sacó de la manga «Wii fit» para que la gente hiciera ejercicio en su casa sin dejarse la pasta en un gimnasio. El sudar puede ser muy divertido.
Hacer recuento de todos los logros de Shigeru Miyamoto sería agotador, pero no se puede dejar fuera a los Nintendogs, unos cachorros virtuales para la consola portátil que arrasaron entre el público infantil al darle la oportunidad de divertirse al tiempo que se potenciaban valores como la responsabilidad, la disciplina necesaria para cuidar de quien depende de ti y la mezcla ejemplarizante de protección y educación. ¡Guau!
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