Moneo defiende una arquitectura «próxima a todos» en la lección magistral sobre su obra
El arquitecto afirma, en una multitudinaria conferencia en Gijón, que su premio abre una «ventana» a los profesionales españoles
Alejado de las edificaciones gratuitamente espectaculares y dueño de una praxis constructiva que tiene en cuenta la morfología del lugar y su contexto histórico, Rafael Moneo defendió ayer una concepción de la arquitectura coherente con la tradición humanista. «Es una actividad próxima a todos», afirmó en la colegiata de San Juan Bautista, en Gijón, donde el premio «Príncipe de Asturias» de las Artes pronunció algo así como una lección, que algunos de los asistentes no dudaron en calificar de «magistral», sobre dos de sus obras más aplaudidas: los laboratorios para la Universidad de Columbia, en Nueva York, y la catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles.
Son ejemplos, según subrayó Moneo, de «dos polos extremos» que se ha encontrado el multipremiado arquitecto en una aplaudida trayectoria que abarca ya más de medio siglo. Cuarenta minutos antes de las siete de la tarde de ayer, la hora fijada para el inicio de la conferencia, numerosas personas aguardaban pacientemente en dos largas colas para poder hacerse con un asiento en el templo anexo al Revillagigedo. En el palacio, centro cultural de Cajastur, se inauguró al término de la multitudinaria conferencia la exposición «Rafael Moneo. Obra internacional».
Moneo, a quien presentó Alfonso Toribio, decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias, hizo resaltar, antes de entrar en materia -los problemas y soluciones de las dos citadas obras estadounidenses-, la «proyección global» de los premios «Príncipe de Asturias». Y dijo que este galardón puede «abrir a los arquitectos españoles una ventana a la esperanza».
El galardonado, que nació en Tudela (Navarra) en 1937, está en posesión de algunos de los más ambicionados premios de su profesión: el «Schock», el «Pritzker», la medalla de oro de la Unión Internacional de Arquitectos, el «Mies van der Rohe» o la medalla de oro del Royal Institute of British Architects, además de la medalla de oro de la Arquitectura, que recibió hace seis años. «Hoy, si hablamos de un maestro, nos referimos a Moneo», indicó Alfonso Toribio. Para el decano de los arquitectos asturianos, el autor del «Kursaal», de la reforma de la estación ferroviaria de Atocha, del Museo de Arte Romano de Mérida o de la ampliación del Museo del Prado, por citar sólo cuatro de sus obras más conocidas en España, ocupa hoy en la arquitectura española un lugar equivalente, por su ejemplo y capacidad de magisterio, al de Sáenz de Oiza hacia los años setenta. Ambos colaboraron, curiosamente, entre 1956 y 1961, cuando Moneo, que obtuvo por oposición la cátedra en la Escuela de Arquitectura de Madrid, no había concluido aún la carrera.
Escuchar al arquitecto durante una hora larga permite comprobar la minuciosidad con que afronta sus trabajos, cómo acoge en su planteamiento las más amplias cuestiones técnicas o teóricas, pero también aquellas otras que apuntan hacia la construcción cultural de las ideas, los símbolos o las comunidades.
Con el encargo de los Laboratorios de la Universidad de Columbia, en Manhattan, se enfrentó, según señaló, a las «limitaciones» que impone un espacio muy constreñido y definido: «Hubo un cuidadoso examen de las condiciones singulares para dar con una solución sencilla». «El esfuerzo del arquitecto estaba aquí en poder moverse con libertad pese a la complejidad del programa», añadió. Lo cierto es que construyó un edificio singular en una esquina del campus, con un gran ventanal sobre la avenida de Broadway, pese a las condiciones impuestas: edificios próximos y un gimnasio, que en ningún momento podía cesar su actividad, en los bajos mismos sobre los que se asientan estos laboratorios.
Moneo precisó detalles de las razones que le llevan a adoptar una solución y no otra: «¿Por qué no elegí el ladrillo o el granito característicos de Columbia? Pues, porque era forzosa la opción del aluminio, un material que tiene mucha más relación con esa función de laboratorio que iba a cumplir el edificio». «Desde la arquitectura también debemos dar respuestas a problemas como estos que nos planteaban, con exigencias extremas», dijo.
Por el contrario, la construcción de la catedral de Los Ángeles puso a Moneo ante el reto de «manifestar la idea de un valor simbólico». Y además, claro, ante el problema de resolver una construcción religiosa en un siglo (el XX) en el que, según su opinión, la aquitectura ha mostrado ahí una «cierta debilidad». Le Corbusier, por ejemplo, lo intentó. El premio «Príncipe de Asturias» opina que era más sencillo construir espacios sagrados durante la Edad Media. Lo cierto es que desoyó recomendaciones de la jerarquía eclesiástica y optó por continuar la tradición del valor simbólico de la forma cruciforme. Este templo está considerado hoy como uno de los grandes edificios religiosos de la modernidad.
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