Philip Roth, el lamento de la ausencia
El escritor norteamericano, voz inexcusable de la literatura contemporánea, no podrá recoger su premio por consejo médico
A Roth se le echará en falta esta semana en Asturias. No es hombre de anatomía corpulenta ni de voz potente, pero Philip Roth, uno de los mejores narradores de la vida contemporánea de los Estados Unidos, llena espacios. A los grandes escritores, que venden lo justo para ser grandes pero no para ocupar espacios en hipermercados, se les considera autores de culto, que es una forma cursi de poner límites. A Roth se le lee con veneración a veces, y con interés intenso siempre, y quienes lo leen lo vienen haciendo desde hace veinte, treinta años, aunque la mayoría se acercó a él cuando en España comenzaron a traducirse sus novelas de la llamada Trilogía Americana («Pastoral americana», «Me casé con un comunista» y «La mancha humana», todas ellas escritas a finales de los noventa).
Roth se queda sin venir a recoger su premio Príncipe de Asturias de las Letras por prescripción facultativa. Este judío asimilado norteamericano cumplirá el próximo mes de marzo ochenta años y está seriamente enfermo. De los premios le hablaron maravillas Paul Auster (premio Príncipe 2006) y el ya fallecido Carlos Fuentes (premio Príncipe 1994). Roth presume de amigos y de memoria fiel. Entre Auster y él se han encargado de nutrir las estanterías de venta librera desde hace un par de décadas, como confabulados en el mantenimiento de la tensión narrativa y en curiosa intermitencia de novedades.
No hay en el panorama literario actual un escritor con mayor número de premios de los de primera división. Le falta el Nobel pero ya se sabe que la deriva de los Nobel de Literatura rebasa cualquier atisbo de sentido común. Puede que Mo Yan, Tomas Tranströmer, Herta Müller o Jean Marie Le Clezio, por citar algunos de los últimos ganadores junto con «nuestro» Vargas Llosa se lo merezcan pero sorprende cómo la academia se ha olvidado en nada menos que dos décadas de la narrativa norteamericana, con tan sólo una ganadora, Toni Morrison.
Volvamos a los premios. El Príncipe de las Letras casi coincidió con el National Book Award, un galardón que se concede cada dos años a un escritor por el conjunto de su obra. La elección de Philip Roth entre un prestigiosísimo grupo de finalistas entre los que se encontraba Juan Goytisolo, provocó turbulencias. La escritora inglesa Carmen Callili se borró del jurado por discrepancias profundas con la elección. «A Roth dentro de veinte, no lo leerá nadie. Lleva escribiendo cincuenta años sobre las mismas cosas», se justificó.
No hay mayor elogio para un buen escritor. No anda descaminada Callili: Roth escribe de la vida, de la enfermedad, de las dudas, del destino, el amor y el sexo. Lo hizo Shakespeare, salvando todas las distancias, hace cuatro siglos. Y que se sepa (algunos) le siguen leyendo.
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